Avanza la primavera de 2020 y el mundo está cambiando. En pueblos y ciudades las calles se ven desiertas pero hay afluencia de gente en los supermercados, haciendo acopio de comida. Esperando su turno para pagar, un músico escucha en sus auriculares canciones recién nacidas, desnudas, mientras traza mentalmente para ellas mapas sonoros que las llevarán a uno u otro lugar. Imagina arreglos, estructuras, instrumentaciones, al tiempo que empuja el carro de la compra de forma mecánica. Es una de las consecuencias de la pandemia: ha dejado a los músicos sin escenarios y sin carretera, con miles de horas para estar a solas con la música. El tipo de los auriculares en la cola de la caja es el guitarrista y productor Toni Brunet, y las canciones que se transforman en su cabeza son las que le está enviando estos días el autor de las mismas, Quique González, desde su casa en Villacarriedo, en Cantabria, donde está entregado a su trabajo de escritura. Cuando las da por concluidas las graba como acostumbra, a guitarra y voz, y se las va pasando a su colega.
Las vidas de ambos músicos se cruzaron a raíz del disco ‘Las palabras vividas’, con letras del poeta Luis García Montero. Toni Brunet ejerció de coproductor de ese trabajo junto a César Pop y Diego Galaz y formó parte de la banda de la gira. La conexión musical fue tan fructífera que a mitad de la misma González le comunicó su deseo de que produjera su siguiente proyecto, propuesta que Brunet aceptó encantado. Desde que empezaron a trabajar juntos, el compositor madrileño confía plenamente en el músico mallorquín, así que podría decirse que la alianza estaba predestinada, escrita en el viento, que suele ser portador de sucesos.
Es sabido que existen infinidad de leyendas asociadas a los vientos. En la cornisa cantábrica, sus habitantes comprenden desde hace siglos que cuando sopla Sur hay margen para lo imprevisto. Al Sur se asocian comportamientos insólitos, episodios extraños. “Vaya surada tiene”, dicen los norteños para justificar alguna conducta fuera de lugar en los días en que el famoso viento arrecia.
Como residente en los valles pasiegos, Quique González se ha inspirado en ese halo de misterio para dar título a su nuevo disco, ‘Sur en el valle’, el número 13 de su discografía, una colección de composiciones en las que, con ayuda de esos mapas trazados junto al productor, Brunet, experimenta una vez más formas nuevas de llegar a destinos conocidos.
Porque si es cierto que su esencia se mantiene inalterable en este nuevo álbum, también lo es que introduce paisajes sonoros menos habituales en su música. Es algo que ya se percibía en la canción que adelantaba el trabajo hace unos meses, ‘Puede que me mueva’, con ese sonido setentero y la línea de bajo y la batería dominando desde el inicio hasta romper en el riff limpio de guitarra y el colchón del wurlitzer.
Quizás el armazón sónico que envuelve ‘Sur en el valle’ tenga como mayor fortaleza la sencillez. Fieles a la filosofía de “unos tipos tocando”, el disco se grabó con la banda en directo, registrando simultáneamente todos los instrumentos y sin apenas recordings añadidos. El resultado es una producción de vieja escuela muy orgánica, cruda al estilo de los discos de Joe Henry (el trabajo ha sido masterizado en EEUU por Ryan Freeland, el ingeniero de sonido que siempre trabaja con el compositor y productor de Carolina del Norte) en la que el camino seguido parece obedecer a la máxima de tocar lo justo, creando huecos, propiciando silencios, dejando respirar las canciones.
Lo constata por ejemplo el trabajo en la batería y percusiones de Edu Olmedo, titular indiscutible en la alineación de Quique desde ‘Delantera mítica’. El músico valenciano realiza un ejercicio impecable de medida y concisión, sin establecer patrones lineales, entrando y saliendo de la canción, llevándola arriba o rebajando la intensidad de acuerdo a las necesidades de la producción. Un concepto cercano al jazz, que exige tener muy interiorizada la canción, estar muy dentro. “Edu te da algo que te gusta mucho y luego te lo quita”, en palabras del propio Quique González. El baterista confiesa que le resulta estimulante esta forma de trabajar inventando espacios, sin metrónomo y buscando la emoción, que es donde tal vez resida realmente la perfección.
El hecho de que la mayoría de canciones hayan sido grabadas con contrabajo imprime también carácter a ‘Sur en el valle’ fomentando ese ambiente natural. De ese instrumento y del bajo se encargó Jacob Reguilón, un músico que ha acompañado a Quique en infinidad de ocasiones desde sus inicios y que conoce cada resquicio de sus canciones. Con Brunet a las guitarras española y eléctricas y el compositor del disco en la voz y guitarra acústica, la banda de grabación la completó Alejandro ‘Boli’ Climent, otro habitual que en esta ocasión cedió su papel acostumbrado de bajista para ponerse al frente con solvencia de los pianos y rhodes.
Las sesiones registradas en directo por la banda también incluyeron la grabación simultánea de las voces, que ocupan un lugar preeminente. Parece intencionado el hecho de dejar espacio entre la voz del cantante, muy delante, y el resto de instrumentos. Según la máxima dylaniana, al fin y al cabo hay alguien lanzando un mensaje, prendiendo el fuego.
Decía el poeta Pepe Hierro que para cada espacio existe una palabra precisa y ninguna otra. En su faceta de escritor, Quique es un trabajador minucioso capaz de pasar madrugadas en vela peleándose con las palabras tanto como con los acordes y las melodías, en busca del verso certero, del término exacto al que se refería el poeta. Sus letras funcionan a través de imágenes evocadoras que invitan al oyente a entrar en su mundo y hacerlo suyo. La extrema fidelidad que le profesan sus seguidores se explica en gran parte por esa conexión que establecen con el universo emocional del músico, quien deja abiertos los caminos, bocetadas las historias que acabarán dibujándose en el corazón de cada cual. Su manera de interpretarlas, la clase con que adorna los detalles, no hacen más que fomentar esa cercanía y credibilidad. En el fondo es un acto de generosidad que el público agradece con una lealtad sin fisuras.
En el terreno de las letras, ‘Sur en el valle’ es una mina repleta de vetas que excavar. Así, pocos sabrán explicar el significado de ‘Lo perdiste en casa’, pero es fácil que muchos se conmuevan hasta la lágrima escuchando por primera vez esa sucesión de versos sustentados en la segunda persona del verbo estar y construidos con material altamente sensible: “¿Estás acuchillando a los demás?”, “Estás dentro, te veo funcionar”… Una segunda persona que podemos ser cualquiera, o que lo fuimos.
Supone un viaje portentoso esa canción, en lo musical y en lo sentimental. Hubiera sido un arranque de disco insuperable pero el músico, que siempre tiene un motivo, ha preferido abrirlo con el tema que le da título, ‘Sur en el valle’, donde recrea un ambiente enigmático y cinematográfico que, de alguna manera, impregnará todo el trabajo. Un tema que va creciendo en intensidad desde la guitarra acústica inicial hasta explotar con los mordiscos de hammond de David ‘Chuches’ y los coros de Nina de Juan, ambos de Morgan y colaboradores de lujo en este disco grabado a finales del año pasado en La Casa Murada.
En realidad, toda la primera parte del álbum es imbatible. Ahí se suceden, tras las dos mencionadas, la preciosa ‘Amor en ruta’ y ‘Te tiras a matar’, con un estribillo mágico en el que el autor, hilando muy fino, maneja en tres versos los conceptos cielo, infierno y eternidad. Uno de esos medios tiempos en los que Quique no tiene rival. Tras ella vendrá ‘Tornado’, otra carga emocional de profundidad (“te gustaría estar como si no hubiera pasado nada”) y ‘Jade’, con un sonido que se desliza entre Van Morrison y Jackson Browne.
‘Luna de trueno’ ejerce como línea divisoria y es un ejercicio sonoro inédito en el cancionero del músico. Un tema oscuro a lo Nick Cave, inquietante. No quieras saber lo que se cuece en el horno de la pizzería Nápoles. Después volverá el Quique González más reconocible con ‘Alguien debería pararlo’, escrita hace años en Menorca y olvidada un tiempo entre las notas de voz del teléfono del autor, una historia narrada esta vez de manera más explícita de lo acostumbrado que musicalmente se expande de nuevo en los teclados. El trabajo enfila su recta final con ‘La tripulación’ -con referencias a Fito Páez (“Tumbas de la gloria”) y a Clint Eastwood (“Jinete pálido”)-, ‘Puede que me mueva’ y ‘Los amigos se van’, cuyo ambiente instrumental podría ser la banda sonora de una despedida.
Tan fluida y fácil debió de ser la grabación del disco que se terminó algunos días antes de lo previsto, y gracias a ello aparecen a modo de bonus track los versos musicados de ‘No es verdad’, de Kirmen Uribe, grabados a voz y guitarra por artista y productor en esos días finales en el estudio en los que ambos se quedaron a solas, cuando ya el resto de la banda se había marchado y el trabajo estaba concluido.
Porque todo acaba por pasar, y en este nuevo disco Quique González propone un viaje en torno a algo que ya ha sucedido. El artista, que vuelve a apoyarse en el proceso creativo en su gran amigo y ‘compinche’ de canciones César Pop, escribe y canta desde un lugar en paz, aquí no hay rabia ni cuentas que saldar, al margen de algún amago en ‘La tripulación’. Quizás por eso no estamos ante canciones para rockear, aunque al autor le siga gustando hacerlo. Sí encontramos los destellos de calidad a los que nos tiene habituados, también una melancolía que el compositor logra derivar hacia la aceptación, incluso hacia el optimismo, como el amor después del amor, como aquello que duele pero ya no duele como antes.
En la primavera de 2021, un año después de aquellas plazas vacías y colas en los supermercados, un tipo está a punto de salir de casa para acercarse a un concierto cuando recibe un puñado de canciones en el teléfono. Mira el nombre del remitente y conecta sus auriculares al aparato, que empieza a reproducirlas. Mientras suena ‘Sur en el valle’, lee los mensajes que acompañan los archivos de audio: “Aquí va mi disco, ojalá te guste. Tal vez te apetezca escribir algo”. Y sabe que sí, que lo hará, aunque todo esté ya escrito en el viento.
Chema Doménech