“1973” (Cultura Rock Records / Varsovia!!! Records, 2025)

Por quique

Quique González nunca da talones sin fondos. Tampoco lo hace ahora, en 1973, un álbum que busca obsesivamente refugio ante la imposibilidad de la verdad. Quique es uno de esos escasos artistas que se pregunta y desespera, se alcanza y se abandona, pero que por talento, honestidad y oficio nunca endosa bisutería, bebida mala o cheques amañados. Muy al contrario, por eso 1973 es un emocionante collar caro, una colección de canciones que se te quedan dentro y que, al mismo tiempo, como la verdad, no se dejan atrapar nunca del todo. Canciones que se escapan y esconden para, al primer descuido, aparecer, acariciar y morder. Siempre son evocadores los trabajos que se presentan en sociedad detrás de una fecha o un nombre. Me encanta que haya titulado esta entrega de canciones con su fecha de nacimiento, 1973, quizá este álbum es más que ningún otro su carné de identidad: “Este soy yo, aquí y ahora y esto es lo que tengo”, parece querer decirnos mirándose al espejo, vaciados los bolsillos, enseñando las palmas de las manos. Sin embargo, la copa al mirarla al trasluz se te resbala, la ropa se te ha encogido en la colada, la búsqueda de etiquetas te hace sentir torpe y casi traidor a la belleza que esconden estas doce canciones que trazan un sendero tan personal en este mapamundi bastardo que hemos tenido a bien llamar Americana. Canciones que no tienen miedo de albergar música, arreglos y músicos dentro de ellas, que no esperan que la voz y lo que venga a explicar Quique las venga a salvar. Ellas, las canciones, ya están de pie, cuando llegan los toboganes que te dejarán deslizarte y disfrutar de ellas sin poderte agarrar a las palabras y versos porque vienen otros y tú ya estás en otro sitio y es emocionante que no te puedas quedar parado en ningún lugar. He dicho que este disco habla de la verdad escurridiza e imposible y eso significa que 1973 habla de otras muchas cosas a la vez. Entre ellas, elijo la sensación de no haberlo sabido ver a tiempo –“me tengo que apartar” en “De verdad lo siento”-, que las heridas fueron inevitables –“me traicionaste sin querer” en “Terciopelo azul”, el primer single con aires a The War on drugs-, y ahora es una certeza, al mirarte todo estaba claro. Quizás necesite un poco más de tiempo, mientras te entregan “piezas de repuesto envueltas en papel de periódico local” (“Preguntas sencillas”, con ese toque góspel inyectado a Wilco que también tiene otra de las joyas del lote: “Cheques falsos”). Pero en 1973, nada es fatal porque “las trampas son parte del juego” y hay que saber ver y mirar y, si es necesario, pedirte que abras “la caja de herramientas cuando quieras volver a por mí” (“La caja de herramientas”). Elijo también como tema la mirada sin resignación y sin nostalgia, por debajo de las gafas de sol “vulgar y trágica”, ante esos “tigres de papel sembrando el pánico” (“Santos”), o el elogio sin épica de banda, de la última generación de “Coleccionistas” mientras “los dueños de los diarios han estado soltando mierda”, estamos “dando vueltas de campana sobre una cama deshecha”, sin esmoquin, embutidos en nuestro ajado “chándal de matanza”. Esa lealtad, ese presente inmediato del escenario y carretera, objetivo móvil de francotiradores que quieren matar a los últimos bisontes. Hago una lista mental con las canciones que de 1973 se me quedan ya en la maleta: “Terciopelo azul”, “Descosiendo un milagro” (un latido en esqueleto con pespuntes guitarreros Marc Ribot), el paseo en el alambre de “S.T.U.O.P.E.T”, “Preguntas sencillas”; “Cheques falsos”, “De verdad lo siento”. Y del resto, no me confío. Sé que me esperan en algún lugar, imponentes como rascacielos. Carlos Zanón CRÉDITOS Producción: Toni Brunet Voz, guitarra acústica, dobro: Quique González Batería y percusión: Edu Olmedo Bajo y contrabajo: Jacob Reguilón Piano, sintes, Hammond, Wurlitzer, Rhodes y coros: Raúl Bernal Guitarras eléctricas: Javier Pedreira Guitarras eléctricas, acústicas y coros: Toni Brunet Piano en Cheques falsos, sinte en Terciopelo azul y harmonio en Oro líquido: César Pop Voz y coros en De verdad lo siento: Gorka Urbizu Coros en Flashes: Fabián Coros en Cheques falsos y Preguntas sencillas: María Ovelar, Araceli Lavado y Maisa Hens Grabado en La Mina (Granada), Estudio Uno (Madrid), Gaua Estudios (Bizkaia) y Audiomatic (Madrid).Ingenieros: Mark Howard, Jordi Mora y Toni Brunet.Mezcla: Toni Brunet.Masterización: Ángel Medina.

“De verdad lo siento” (Cultura Rock Records)

Por quique

‘De verdad lo siento’ es la antesala de una despedida, el momento previo a la ruptura de un vínculo profundo. Ese trance doloroso en el que algo importante va a terminar y, aún con el sentimiento vivo, se decide soltar como única opción viable para avanzar. Es el final de un viaje en el que todavía queda amor o afecto, pero ya no hay dirección. También es una de las canciones con mayor calado emocional de entre las que conforman el nuevo disco de Quique González, ‘1973’. Un título que alude al año de nacimiento del músico y que cobra sentido en las temáticas que aborda. Porque son asuntos tratados bajo una mirada de amplio recorrido, la de quien sabe a qué se refería Whitman cuando escribió el verso arrebatado, la afirmación incontestable que Dylan convirtió en canción: “contengo multitudes”. “Gestionar intangibles”, lo llama Quique cuando se sienta una noche en el porche de su casa en el valle con un amigo frente a dos copas de vino para hablar de cosas importantes. De los rincones del corazón, de las contradicciones, de los destellos, de las cargas, de los deseos, de la esperanza. En ‘De verdad lo siento’ despliega su capacidad extraordinaria para invocar a la emoción a través de esas metáforas e imágenes sensoriales que solo Quique sabe construir de una manera aparentemente sencilla, pero de asombrosos lirismo y hondura. “Con sangre en el labio, respirando el petricor”; “las horas que estás por estar sin llegar a estar nunca contigo”; “circuitos cerrados, mapas del tesoro para estar entretenidos”; “al mirarte todo estaba claro”… Concebida en un tempo más rápido y hacia delante, fue en el momento de grabarla en directo con la banda en el estudio cuando la propia canción reclamó un ambiente más contenido, marcado por el protagonismo indiscutible del piano y el diálogo continuo que establecen las guitarras, pleno de matices delicados y preciosistas. La cadencia acompaña así a la historia narrada, culminada por ese más de minuto y medio mágico de música instrumental y coros que podría alargarse indefinidamente, como un intento de retrasar la decisión que, inevitablemente, supondrá el final. Poco importa la situación que aborde la canción porque el sentimiento nace de igual manera y se enraíza en cualquiera de ellas. Puede referirse a una historia de amor agotada, a una que no llegará a concretarse porque se trata de un imposible o a una amistad gastada, como sugiere el videoclip que acompaña a la canción, rodado en Cantabria junto a Gorka Urbizu. Es el músico que colabora con Quique González en este tema y cuya voz (esa emoción que solo reside en algunas gargantas) encaja en esta singladura que se acerca al relámpago como si hubiera sido escrita para él. Ambos se respetan, comparten admiración y puntos de vista sobre su oficio, lo encaran con honestidad y, tal vez, gestionen intangibles de manera similar. Podría afirmase que así es porque, al escucharlos, todo está claro. Chema Doménech

“Tercipelo azul” single adelanto del disco «1973»

Por quique

1973” (Cultura Rock Records) -próximamente a la venta- Quique González ha querido que el single de adelanto de su nuevo disco, que verá la luz el próximo mes de octubre con el significativo título ‘1973’, sea ‘Terciopelo azul’, una canción que evoca un amanecer al borde del acantilado. En ese lugar, un pura sangre se alza sobre sus patas traseras contra el viento que empuja con furia las nubes y balancea las ramas de los árboles. Es un potro salvaje agitándose iracundo en un territorio agreste, pero en los destellos que el sol arranca de su lomo de terciopelo se adivinan la nobleza de su interior y la fragilidad de su corazón indómito. Verlo resulta conmovedor. La letra de la canción se va construyendo con imágenes crípticas y sugerentes, que aluden con cierto espíritu hippie a la conexión con la naturaleza y a la pureza de las almas libres. Ese caballo encabritado que corre huyendo del relámpago, que se revuelve contra todo, que se crispa y se apacigua, clava por un momento su mirada de diamante en el espectador de la escena y ambos se perciben como camaradas. Aunque no puedan acercarse el uno al otro, se conocen bien. “Salvaje y cruel, hermano”. En este verso hacia el final de la canción, la palabra ‘hermano’ alude a alguien en concreto por primera y única vez. El autor se la dedica a un amigo del valle pasiego en el que reside desde hace años, muy cercano a su vida allí y a su música, que flota en la memoria. Este sentimiento de hermandad y camaradería conecta con el resto del disco, que en diferentes momentos rinde homenaje a la amistad y a la lealtad, a la gente junto a la que se ha hecho el camino, con una mirada hacia afuera, mucho más ‘nosotros’ que ‘yo’. Musicalmente, ‘Terciopelo azul’ se inicia con una intro de sintetizadores, algo inusual en la música de Quique González, que dota al tema del sonido ochentero y ‘springsteeniano’ que actualmente lideraría la excelsa banda de Filadelfia The War On Drugs. El medio tiempo se desarrolla de manera orgánica, en línea con la temática de la canción, y acaba derivando hacia universos que recuerdan a otra de las bandas preferidas del autor. Porque en esas distorsiones finales de guitarras indomables, alzadas en pie como el pura sangre-hermano, se percibe la influencia de Wilco. La canción se registró en Estudio 1, en Madrid, con toda la banda tocando en directo: Quique González, voz y guitarra acústica; Toni Brunet (productor del disco) guitarra eléctrica y coros; Edu Olmedo, batería; Jacob Reguilón, bajo; Raúl Bernal, Wurlitzer y órgano Hammond; y Javier Pedreira, guitarra eléctrica. De los sintetizadores se encargó el fiable compañero de canciones de Quique, el magnífico músico César Pop. ‘Terciopelo azul’ se antoja un anticipo adecuado para lo que tiene preparado Quique y que verá la luz en otoño. En ese momento quizás habrá quien opine que en esta colección de canciones, en las que el autor no ha dejado de picar piedra y limar aristas hasta el momento mismo de empezar a grabar, figuran algunos de los versos e imágenes más conseguidos de su vida, lo cual es muchísimo decir. Pero seguramente acierten. En todo caso, es puro universo Quique González quien, en su trayectoria como escritor de canciones, ha logrado algo a lo que todos aspiran: una forma propia de narrar las cosas. Nadie más escribe (ni conmueve) así. Chema Doménech

Copas de Yate (Vol. 1) (Cultura Rock Records)

Por quique

Copas de yate: un ladrón de guante blanco llamado Quique González Empecemos desvelando el misterio: el nuevo disco de Quique González se titula Copas de yate como guiño a la película Cosas que hacer en Denver cuando estás muerto (Gary Fleder, 1995). «En la película muchas veces se saludan diciendo “copas de yate”, que en el ámbito carcelario es como decir: “Algún día, cuando salgamos de aquí, tomaremos copas de yate”. Tiene que ver con el disfrute y con la libertad, y me parecía que encajaba con el concepto de este disco: grabar unas cuantas canciones que nos gustan simplemente para disfrutar y salir un poco de lo tuyo», explica Quique. No es de extrañar que utilice el argot carcelario en un disco en el que demuestra sus grandes dotes de «ladrón», realizando ocho estupendas versiones que le sirven para desengrasar después de su último disco, Sur en el valle (Cultura Rock / Varsovia!!Records, 2021), y como laboratorio de pruebas de cara al próximo. «Cuando grabas canciones de otros tienes menos presión, porque no te cuestionas las canciones, y eso te da más libertad para decidir, para arriesgar, para buscar formas diferentes», reflexiona Quique. Esa es la premisa que hay detrás de Copas de yate (Cultura Rock / Varsovia!!Records, 2023), ocho canciones absolutamente eclécticas que ha llevado por completo a su terreno. Algunas las conocía desde hace treinta años y otras las descubrió días antes de grabarlas, pero todas tienen algo en común: «Quería elegir canciones que me gustaran muchísimo, que me viera capaz de hacerlas sonar y llevarlas a mi sitio. Son canciones que me gustan, que me emocionan, y con las que he salido de lo previsible, que hubiera sido hacer canciones de Joaquín [Sabina], de Antonio [Vega], de Enrique [Urquijo], de Serrat…». Precisamente, en 2022 hizo una preciosa versión acústica del “Considerando” de Rafael Berrio para su disco de homenaje, La vida que amo (2022), que pudo encender la chispa para estas versiones. De aquella chispa, esta hoguera, que arranca con un primer single titulado “A la media luna”, una canción que Juan Perro incluyó en su disco La huella sonora (1997), y que Quique ha ennegrecido y vestido de soul, funk y góspel, con los vientos y los coros de las Golden Girls. «Me gustan mucho las canciones más rockeras de Santiago [Auserón], he escuchado mucho sus primeros discos en solitario porque compartimos oficina en Hook los primeros años», recuerda Quique. En ella está, precisamente, el leitmotiv de este disco: perseguir la huella sonora. Quique ha buscado su propio rastro en canciones de otros, todas en castellano, confeccionando un repertorio de lo más variopinto e inesperado. Es el caso de “Jacques”, un homenaje que le hizo Luis Eduardo Aute a Jacques Brel en su disco Slowly (1992), cuando en España casi nadie conocía al compositor belga. Ahí se detiene Quique, en el recodo más insospechado de un Aute del que podría haber interpretado “De alguna manera” —que inspiró algún verso de “Salitre”— o “Las cuatro y diez”. Pero Quique escoge una rareza, una balada urgente que tocó una vez en un homenaje a Aute en Barcelona. «Me parece brutal, tiene una vida la canción, una letraza…», defiende. Una letra tierna y pícara, al mismo tiempo, que hace suya con una voz conmovedora, en la que podemos escuchar hasta su respiración. Otra de las elegidas ha sido “Fractales”, de Josele Santiago (Lecciones de vértigo, 2011). «Esa canción es monumental. Habla de un tipo al que le da un brote psicótico en la calle. La he pasado un poco por el Dylan de los últimos años, que tiene unas baladas que me encantan, y hay coros gospelianos de las Golden Girls. Creo que es nuestra favorita, la de todos», dice, refiriéndose a su banda. Y no es de extrañar, viendo cómo ha crecido en sus manos, desbordando emoción por los cuatro costados, sonando tan Quique —hasta el puente— que casi cuesta creer que la canción no sea suya. La única que viene del otro lado del charco es “De mí”, del rockero argentino Charly García (Filosofía barata y zapatos de goma, 1990). «Es muy difícil versionar a Charly porque tiene muchísima personalidad, sus canciones son muy complejas y sus arreglos son muy personales, muy originales. Esta es un poco más sencilla, en cuanto a estructura y composición. Me interesaba, no sé si acercarlo a este lado del charco, porque la versión suena a los setenta, pero sí desnudarla de ciertos sonidos: sintetizadores, reverb… Quería sacarla un poco del rock argentino y acercarla más a nuestra forma. Sigue manteniendo el esqueleto, que es lo fundamental. Es una canción maravillosa», sostiene Quique, que la pasa por un tamiz casi fronterizo, con destellos eléctricos. Quizá la menos inesperada sea “La casa cuartel”, de Kiko Veneno (Está muy bien eso del cariño, 1995), una canción que Quique ya probó durante las sesiones de Pájaros mojados (Polydor, 2002), aunque entonces no la terminó de grabar. También la ha tocado en directo, incluso acompañando a Kiko en un concierto que dio en Cantabria en su gira con Ariel Rot. La versión que hacía en los conciertos, a guitarra y voz, fue el germen de la que hay en Copas de yate, donde le acompaña la banda de forma muy medida, subrayando con unos toques muy precisos la belleza que desprenden la guitarra y la voz de Quique. «Es a la manera que yo la siento, tampoco puedes huir mucho de tu voz y de tu manera de cantar y de tocar. Es como la hacía yo, pero con banda», dice. Y mejor que no huya, porque ahora suena sobrecogedora y reconfortante. Tanto que te quedarías a vivir en ella hasta que desaparece, a pesar de la tristeza. Y como el disco va de canciones hermosas, ahí está también “Herida y cicatriz”, de Fabián D. Cuesta (La fe remota, 2015), reivindicando el talento del autor más joven y menos mediático de Copas de yate. «Fabián es una especie de tesoro escondido de la música…

Sur en el valle» (Cultura Rock Records / Varsovia!!! Records, 2021)

Por quique

“Sur en el valle” (Cultura Rock Records), es el decimotercer disco de Quique González. El compositor  madrileño, tras más de dos décadas de trayectoria, vuelve a entregarnos una nueva colección de canciones cocinadas a fuego lento en los Valles Pasiegos. La edición física se publica en formato digipack asi como en vinilo con CD incluido. También está disponible en edición digital. Encuéntralo AQUÍ. “Sur en el valle”, grabado en noviembre de 2020 en La Casa Murada y producido por Toni Brunet, es un disco reposado y de trago largo, más reflexivo que narrativo, en el que la naturaleza y los escenarios condicionan el diálogo interior que hila estas 11 nuevas canciones (y una pista escondida). Tiene un sonido orgánico, directo y una energía contenida que maneja una fantástica banda que pone especial atención a las dinámicas. Un poco más alejado de los sonidos a la americana de otros discos de Quique, “Sur en el valle” busca nuevos paisajes sonoros y otorga mayor protagonismo a instrumentos acústicos como el contrabajo (Jacob Reguilón) y la guitarra clásica de Brunet. Viejas acústicas Gibson, Wurlitzer y Hammond a cargo de Alejandro “Boli” Climent o David Schulthess “Chuches” (Morgan) y las elegantes baterías de Edu Olmedo nos acompañan en este viaje. La gran Carolina de Juan “Nina” (Morgan) también ha participado en este trabajo cantando en cuatro de las canciones. Después de “Puede que me mueva” y “Jade”, ya podemos escuchar al completo “Sur en el Valle”, escrito en su mayor parte el pasado año dentro de una vieja furgoneta GMC Vandura aparcada en lo alto de una colina, ideal para escucharlo mientras conducimos y sentir que el viento sur nos brinda más preguntas que respuestas.